
Ella de luz.
El reloj apuntaba aproximadamente las 11:55 am. Ella compro su ticket a un animado trabajador en una taquilla destartalada, supo que antes de que saliera la excursión en 5 minutos podía pasar al museo para ver unas fotos. El museo o la sombra de el, estaba algo falto de calefacción, Ella comenzó a pasear sus grandes ojos por cada una de las imagines que allí parecía un acto de esos por los que pagas poco y disfrutas poco, mas sin embargo en la propaganda de sus máster card decía que la felicidad no tenia precio, así había comenzado su viaje, al demonio con la cuenta de la luz y del agua, tomaría un viaje porque estaba harta del trabajo y el tráfico de la ciudad. El salió del museo justo por la otra puerta, salió a la cafetería donde compro un jugo de manzana y unos chiclets con sabor a patilla, pensó que ya la industria se había aburrido de los cítricos. Se sentó en un pequeño banco que había al comienzo de un jardín a la puerta de la imponente cueva que se había dispuesto a conocer. De todos los monumentos naturales de la República Bolivariana de Venezuela, este era el último por conocer, El monumento Alejandro Humboldt, que curioso que como todo en Venezuela, lo descubrieran los indios nativos pero tuviera un nombre de algún extranjero. La cueva del Guácharo. No tenía mucha diferencia su vida a la de los guacharos. Estaba acostumbrado a vivir así, a oscuras.
Temperatura 16 º
Recorrido: 10.200m - 1200m turísticos.
El guía hablaba. Que harían, que no harían y que les faltaría por hacer. El escuchaba distraído la charla y Ella corría para que la excursión no la dejara pues se había quedado en el baño maquillándose para nadie. La ruta comenzó. Todo quedo a oscuras. El iba delante de ella y no lo sabia. Ella iba detrás de El y no se daba cuenta.
Y así sucedieron las dos horas, entre ratas, grillos, cangrejos y otros mamíferos mutantes no conocidos. Estalactitas y Estalagmitas. Pequeños posos, retazos de lluvia y escaleras pintadas de barro.
No se dieron cuenta. Y ni siquiera era por la oscuridad. No hace falta mucha luz, a veces somos ciegos de espíritu. De intuición.
Salieron en línea luego de dos horas de caminata. La luz la cegó por unos momentos, y Ella se tropezó, El que se había quedado rezagado en el grupo iba justo detrás y la tomo en sus brazos. Se miraron por un momento. Con esa luz de alba. Ella se disculpo por lo torpe y El la soltó alegando tranquilidad. Se habían visto pero aún así habían decido ignorarse. Ella pensó que solo eran imaginaciones suyas y El que pensó que tal vez la sensación había sido producto de la falta de oxigeno.
Se habían visto una vez más. Pero ya tendrían que esperar a otra vida para tener otro encuentro, y tal vez, solo tal vez poderse amar.
